Los niños necesitan energía para hacer crecer su organismo, y para sostener una actividad física por lo general más dinámica que la del adulto. Por este motivo, es tan importante que no salteen el desayuno ya que, teniendo un estómago más pequeño, tienen que hacer cuatro o cinco comidas al día.
De frente a una mayor necesidad de calorías por kilo de peso corporal, el niño tiene un estómago pequeño y un aparato digestivo inmaduro, por lo que no le son suficientes dos comidas al día, sino que necesita hacer 4 o 5.
El almuerzo y la cena son los más importantes y abundantes, los desayunos y meriendas pueden consistir en bocadillos.
Un desayuno adecuado también es necesario porque, después de la larga noche de ayuno, las capacidades cognitivas niños tienden a disminuir significativamente (en los adultos tienden a permanecer más estables), así como para ajustar la alternancia hambre-saciedad y estimular el apetito en las comidas principales. Y no es cierto que un niño que no toma el desayuno tenga más hambre para el almuerzo: un ligero estado de hipoglucemia en ayunas conduce a consumir las grasas almacenanadas para obtener energía, lo que puede liberar residuos en la sangre que pueden causar náuseas leves.
La fruta es ideal como merienda para la escuela
Lo habitual es que los niños lleven a la escuela un sándwich, una barra de chocolate u otra golosina. Pero para los nutricionistas, una fruta fresca o un jugo son mucho más adecuados como segundo «desayuno»: aportan vitaminas, antioxidantes, sales, fibra, son bajos en calorías, sin ser pesados.
Para aquellos que han hecho un buen desayuno, una fruta es ideal, mientras que los que lleguen a la escuela en ayunas, en los intervalos tendrán más hambre; sin embargo, el panecillo o bocadillo a media mañana puede echar a perder su apetito para el almuerzo y «romper» la regularidad de las comidas. Con los consabidos riesgos adversos sobre el peso y el equilibrio nutricional.