El estrés y la ansiedad son estados con los cuales se convive diariamente y pueden influir a nivel biológico, psicológico y social. El papel que cumple la alimentación para lograr el equilibrio emocional y un estado saludable es primordial. El estrés se define como la respuesta del organismo a condiciones que perturban su equilibrio emocional. Las presiones laborales, familiares o sociales afectan la salud y de este modo surgen problemas físicos, como dolores de cabeza o musculares, aumento en los niveles de azúcar, dificultad para respirar, incremento de la presión arterial, incluso disminuyen las defensas, y el organismo se torna mas vulnerable a contraer infecciones o enfermedades.
El motivo de estos síntomas se debe a que, en situaciones estresantes, el cerebro secreta una cantidad mayor de adrenalina y noradrenalina, hormonas que provocan que las arterias se contraigan y que el corazón funcione a un ritmo acelerado, para transportar oxigeno a todo el cuerpo; en consecuencia, se genera un gasto extra de energía que no se recupera, que provoca cansancio y un gran desgaste físico,
Por su parte, la ansiedad es la emoción que aflora más fuertemente. Cuando una persona atraviesa una etapa de estrés; en esta situación, los síntomas más comunes son: sentimientos de miedo, inquietud, inseguridad, tensión y preocupación.
Síntomas y etapas
Uno de los primeros síntomas que aparece ante una situación estresante es el nerviosismo, un estado de excitación en el cual el sistema nervioso responde de forma exagerada o desproporcionada a estímulos considerados normales.
Como se mencionó anteriormente, la ansiedad se experimenta en dicha situación de estrés. Es un trastorno psicosomático que al comienzo afecta a la mente, pero también repercute sobre diversos órganos del cuerpo y puede producir taquicardia, dolor de estómago o colon irritable, entre otros.
Se han identificado tres etapas en respuesta al estrés:
Alarma: El cuerpo reconoce el estrés y se prepara para la acción, ya sea de agresión o de fuga. Las glándulas endocrinas liberan hormonas que aumentan los latidos del corazón, el ritmo respiratorio, elevan el nivel de azúcar en la sangre, incrementan la transpiración, dilatan las pupilas y hacen más lenta la digestión.
Resistencia: el cuerpo repara cualquier daño causado por la reacción de alarma. Sin embargo, si el estrés continúa, el cuerpo permanece alerta y no puede reparar los danos.
Agotamiento: si continúa la resistencia, se inicia esta tercera etapa, cuya consecuencia puede ser una alteración producida por el estrés. La exposición prolongada a este estado agota las reservas de energía del cuerpo, que puede conducir a situaciones extremas y provocar ciertos tipos de jaqueca, dolor de espalda, asma, ulcera péptica, hipertensión o trastornos de la piel.
Lo más importante es identificar el estrés, su causa y tratar de recuperar el equilibrio emocional. En este sentido, diversas investigaciones señalan que una alimentación saludable contribuiría a combatir el estrés y permitir que el organismo se sienta más fuerte ante situaciones adversas.
El rol de la alimentación
Existen alimentos que inciden favorablemente en la calidad de vida, en tanto que otros pueden ser disparadores de estrés, como es el caso de las bebidas con cafeína y exceso de azúcar (café, te, mate, gaseosas), que conviene evitar o consumir con moderación.
En caso de estrés, es necesario alimentar correctamente el cerebro. Este órgano solo representa un 2 o un 3% del peso corporal total, pero es responsable del consumo de un 20% de la energía que se extrae de los alimentos. Su principal fuente energética son los hidratos de carbono (glucosa).
Si el aporte es insuficiente, obtiene energía a partir de otros elementos como proteínas y grasas, aunque esto último no es conveniente porque se producen alteraciones en el metabolismo corporal.
Para mantener bien nutrido el cerebro no es preciso aumentar el aporte de calorías, pero sí cuidar especialmente el aporte de determinados nutrientes necesarios para el correcto funcionamiento del sistema nervioso. Estos nutrientes intervienen directamente en la concentración, la memoria, el rendimiento intelectual y el estado de ánimo y son: vitaminas del grupo B (tiamina, niacina, piridoxina, B12 y ácido fólico), vitamina E, determinadas sales minerales (potasio, magnesia y zinc), oligoelementos (litio, silicio, selenio y cromo) y ácidos grasos esenciales.
Es poco frecuente que se produzcan carencias de oligoelementos, por que el cuerpo los necesita en cantidades muy pequeñas. Sin embargo, el déficit de vitamina B1, par ejemplo, produce irritabilidad nerviosa y depresión, y la de B6, nerviosismo y fatiga, mientras que la falta de magnesio produce nerviosismo y ansiedad. Por su parte, los ácidos grasos insaturados, coma el linoléico que predomina en los frutos secos y en los aceites de semillas, son necesarios para el desarrollo del sistema nervioso.