Presenta un amplio y completo panorama de la composición nutricional del salmón, incluyendo las funciones del organismo en las que intervienen dichos componentes.
Uno de los pescados azules más exquisitos que podemos encontrar es el salmón, el cual tiene como particularidad que en promedio por cada 100 gramos de carne solo 11 gramos de grasas, por lo que tiene un contenido muy similar a la de otros pescados como por ejemplo el de las las sardinas, el jurel o el atún.
La grasa del salmón es muy rica en omega-3, por lo cual contribuye a disminuir considerablemente los niveles de colesterol y triglicéridos plasmáticos, además aumentan la fluidez de la sangre, por lo que es muy efectivo en la prevención de la formación de coágulos o trombos.
Muchos médicos y nutricionistas recomiendan el consumo frecuente de salmón, sobre todo en las personas que sufren algún tipo de trastorno cardiovascular, además no podemos dejar de destacar que es una fuente única de proteínas de muy alto valor biológico, cosa que también encontramos en el resto de los pescados.
En cuanto a su aporte de vitaminas, se destacan algunas del grupo B como la B2, B3, B6, B9 y B12. Éstas permiten el aprovechamiento de los nutrientes energéticos, es decir, hidratos de carbono, grasas y proteínas e intervienen en procesos de gran importancia como en la formación de glóbulos rojos, síntesis de material genético, funcionamiento del sistema nervioso y del sistema de defensas, etc. No obstante, la cantidad presente de estas vitaminas no es muy significativa si se compara con otros alimentos ricos en estos nutrientes.
Este pescado contiene también calorías, proteínas, grasas saturadas, monoinsaturadas y poliinsaturadas, hierro, magnesio, potasio, fósforo, sodio, yodo, vitamina A, D y E, además de las ya mencionadas del grupo B.
Muchas personas piensan que grasa es casi un sinónimo de peligro o de problema para el organismo, pero no es así en todos los casos por ejemplo la grasa del salmón es muy rica, ya que contiene una gran cantidad de vitaminas liposolubles como la A y la D. La A contribuye al mantenimiento, crecimiento y reparación de las mucosas, piel y otros tejidos del cuerpo.
Además, favorece la resistencia frente a las infecciones, tan necesaria para el desarrollo del sistema nervioso y para la visión nocturna. También aporta en el crecimiento óseo, en la producción de enzimas en el hígado y de hormonas sexuales y suprarrenales.
La vitamina D regula los niveles de calcio en la sangre y favorece la absorción y fijación de este mineral en los huesos.
Es fuente de magnesio y yodo, y su contenido medio de hierro es inferior al de la mayoría de los pescados, por lo que tiene relación con el buen funcionamiento de intestino, nervios y músculos. También forma parte de huesos y dientes, mejora la capacidad inmunológica y posee un suave efecto laxante. El yodo es indispensable para el buen funcionamiento del tiroides, así como para el crecimiento del feto y el desarrollo de su cerebro.
Es sin lugar a dudas otro de los alimentos excepcionales para ser incluido en la dieta de cualquier familia.